Sorpresa en el metro de Milán.
Una octavilla evangélica a todo color anunciaba un curso bíblico para dar sentido a vidas afligidas o descarrriadas. Totalmente gratis, mire usted.
Lo que me llamó la atención fue la cara del Jesucristo de aquella estampa. La faz del susodicho carecía de la sonrisa dulce y la mirada brillante que suelen cascarle en toda representación canónica. Parecía, más bien, una mezcla macarra entre Camarón de la Isla y Jim Morrison; un clon entre cualquier - autodestructiva- estrella del rock y un cantaor flamenco cocainómano. La melena le caía desgreñada sobre la cara, más cetrina de lo normal. Las líneas del rostro eran duras; sombrías y espesas las cejas, y una luz tremendista le volvía el rostro dantesco.
Luego, mucho rojo y mucho amarillo pollo que (lástima) no lograban antenuar la fascinación oscura de aquel rostro. ¿Sería aquello una secta de jebis?
Una octavilla evangélica a todo color anunciaba un curso bíblico para dar sentido a vidas afligidas o descarrriadas. Totalmente gratis, mire usted.
Lo que me llamó la atención fue la cara del Jesucristo de aquella estampa. La faz del susodicho carecía de la sonrisa dulce y la mirada brillante que suelen cascarle en toda representación canónica. Parecía, más bien, una mezcla macarra entre Camarón de la Isla y Jim Morrison; un clon entre cualquier - autodestructiva- estrella del rock y un cantaor flamenco cocainómano. La melena le caía desgreñada sobre la cara, más cetrina de lo normal. Las líneas del rostro eran duras; sombrías y espesas las cejas, y una luz tremendista le volvía el rostro dantesco.
Luego, mucho rojo y mucho amarillo pollo que (lástima) no lograban antenuar la fascinación oscura de aquel rostro. ¿Sería aquello una secta de jebis?
y bienvenida a posmópolis.
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