domingo, 24 de enero de 2010

Milán (y III)


Giulia, la vecina que había venido a tomar café a media tarde, se había dejado las llaves sobre el mantel de cuadros. A la hora de la cena, mi tía se dio cuenta y me pidió que me acercara a devolvérselas. Esperaba volverme pronto: era bien de noche y el parque cercano ululaba de viento y ruidos.


Me arrebujé la chaqueta y eché a correr por el sendero de gravilla crujiente. No disfruté de la calma ni del vaho de las hojas húmedas en descomposición – abundantes, por el otoño ya mediado-: caminaba rápida, inquieta. Las farolas iluminaban con amarillez el camino a intervalos asquerosamente regulares. Bancos de hormigón. Moho. Y ese olor dulzón a hojas quemadas, ¿de dónde venía?


Un jardincillo rodeaba al bloque de viviendas de protección oficial. Una vez en el tercer piso y al ver la puerta mal cerrada, entré en la casa. Ya en salón, un olor denso me hizo amagar náuseas: amargo y ácido a la vez, era tan fuerte que hacía pensar en vísceras recientes, casi palpitantes. Di un par de voces, pero nadie respondió. ¿Qué hacían, entonces, las luces encendidas, la puerta entreabierta?


Cada vez más mareada, recorrí los cuartos de la exigua casa. Nada anormal, salvo la puerta blanca del baño, que no se abría. Forcejeé y di golpes hasta que los goznes chirriantes cedieron.


La visión me heló ojos, sangre, todo: Giulia tenía el vientre abierto y vacío. En el lavabo descansaban una serie de piezas y tubos que recordaban vagamente a órganos internos. El hedor emanaba de ese estómago y ese esófago de plástico. Giulia me miró con sorpresa, casi divertida. Entonces hablé:

- ¿Qué coño es esto?


Ella suspiró con tristeza infinita y siguió fregoteando las piezas, que flotaban en agua jabonosa.

- Ya no vivo.


Antes de seguir, aclaró el estropajo y lo escurrió.

- Sí, hija, cuando se mató Daniele se me fueron las ganas de vivir. Si intentaba cortarme las venas, salía mal. Me drogaron con Prozac, pero el deseo de morirme eran tan grande que ni funcionaba. En el fondo, lo único que me parecía obsceno era que mis órganos siguieran funcionando mientras los suyos se pudrían bajo tierra, así que me los hice extirpar. Nadie puede saber que me han rellenado con esto, con lo que tengo que seguir tragando comida que luego va directa al desagüe. Bueno – concluyó, metiéndose los plásticos en la cavidad estomacal que luego cerró con unos pequeños ganchos metálicos en los bordes de la carne -, por hoy vale.


Supongo que me quedé hipnotizada mirando el costurón que le recorría el bajo vientre, porque me dijo, animosa:

- ¿A que es interesante, eh? Otro día te enseño la vagina. O los ojos, que hacen “clonc” si se caen al suelo. Hale.


Tomándome por los hombros, me sacó del baño con delicadeza. Le olían las manos a lejía a la dulce Giulia.


[Facoltà di Lettere e Filosofia]

1 comentario:

  1. que fuerte y terrible, pero es muy bueno,muy muy bueno como siempre =)

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