miércoles, 17 de febrero de 2010

Minicuentecillo

Esto érase que se era el peluquero de una calle corriente y moliente. Su negocio, vetusto y adusto a la par, acogía al barrio al completo, que llevaba ahí sus cabezas a trasquilar cual si de ovejas merinas se tratara.


Las tijeras cizallaban sin tregua, repitiendo cortes de pelo aprendidos cuando la tos aún no tenía ni nombre. Los mechones muertos, que caían al suelo a puñados, los barría el buen y pulcro dómine, con su escobita y su cogedor.Y hete aquí el qui, quae, quod de la cuestión: ¿dónde iban a parar esas trasquiladuras?


La verdad es oscura e incómoda; la verdad produce escalofríos: el peluquero hacía vudú con los pelos de los pobres clientes. Nada más cerrar su negocio (La pelu de Mariano, anunciado con letras bien rectitas en el rótulo) abría los sacos de pelo almacenado a lo largo del día y tralarí, tralará, se enfrascaba en su más deleitosa afición: el mal. Modelaba muñecos de miga de pan o barro a los que luego, ya con el pelo puesto, amasaba con rodillos, ensartaba en alfileres o remojaba en salfumán. ¡A tales extremos llegaba su proverbial maldad!

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