Cadáveres;
en mi paseo taciturno voy pisando cadáveres de oro húmedo.
Desde que la profesora de biología nos explicara
que, científicamente, las hojas secas debían considerarse cadáveres desgajados
del árbol, no he logrado deshacerme de esta imagen fúnebre. Cada otoño me asalta
la misma angustia al ver que calles y avenidas amanecen tapizadas de cadáveres
insepultos en todas las gamas del ocre. Para un alma sensible, es doloroso verlos
caer moribundos y amontonarse en desorden, como tras una matanza. La naturaleza
es una madre cruel que les niega la tumba.
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